Cables submarinos: la infraestructura crítica que sostiene al mundo en medio de constantes amenazas de sabotaje

Una red de más de 600 cables transporta el 99% del tráfico intercontinental de datos y sostiene la economía global. Occidente acusa a Rusia y China de permanentes ataques y actos hostiles

TECNOLOGÍA20 de julio de 2025 FUENTE EXTERNA
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Por su importancia crítica, estos cables se encuentran cada vez más en la mira de potencias militares, grupos criminales y actores estatales (IA)

A más de ocho mil metros bajo la superficie del océano, en la oscuridad total de las profundidades marinas, reposa uno de los pilares más frágiles y menos protegidos de la infraestructura global: los cables submarinos. Apenas del grosor de una manguera de jardín, invisibles para la mayoría, estos cables de fibra óptica transportan el 99 % del tráfico mundial de datos. Sin ellos, las transacciones financieras internacionales se detendrían, las videollamadas se interrumpirían, los mercados colapsarían y los ejércitos modernos quedarían sin comunicaciones seguras.

Y precisamente debido a su importancia crítica, estos cables se encuentran cada vez más en la mira de potencias militares, grupos criminales y actores estatales que buscan obtener ventajas estratégicas en un contexto de tensiones geopolíticas crecientes.

Un informe de la firma de ciberseguridad Recorded Future reveló que los ataques deliberados a cables submarinos están en aumento, impulsados especialmente por tácticas de guerra híbrida desarrolladas por Rusia y China. Según el estudio, tan solo en el último año se han registrado más de 30 incidentes sospechosos de sabotaje o manipulación, muchos de ellos en el mar Báltico, el mar de China Meridional y las cercanías del estrecho de Taiwán. La mayoría de estos casos involucraron maniobras irregulares de embarcaciones pesqueras o buques con señales de identificación apagadas, una práctica que apunta a tácticas de negación plausible, característica de operaciones encubiertas.

Uno de los episodios más preocupantes ocurrió en noviembre de 2024, cuando cables clave entre Lituania y Suecia fueron dañados en un intervalo de apenas 72 horas. Las autoridades europeas detectaron la presencia cercana de un buque chino, el Yi Peng 3, que había apagado su sistema de identificación AIS y se desplazaba en zigzag sobre zonas sensibles. Este tipo de patrón se repitió semanas más tarde frente a las costas de Noruega y de Taiwán. La comunidad de inteligencia occidental empezó a hablar entonces de una campaña coordinada, silenciosa, destinada a mapear y, eventualmente, interrumpir puntos estratégicos de la red de cables que conecta al mundo.

El objetivo de estas maniobras no es simplemente generar caos, sino demostrar capacidad de desestabilización sin disparar un solo tiro. En la lógica de la guerra híbrida, lo importante no es tanto el daño inmediato sino la amenaza constante, el riesgo latente que condiciona decisiones políticas y militares. El temor a un corte simultáneo de múltiples cables en zonas sensibles -como el Canal de la Mancha, el estrecho de Luzón o la entrada del mar Rojo- ha empezado a modificar los planes de contingencia de gobiernos y empresas tecnológicas. No es casual que Estados Unidos haya propuesto en julio de este año una normativa para vetar la participación de empresas chinas en la instalación y mantenimiento de cables con acceso a su territorio. Washington acusa a Beijing de infiltrar tecnología que podría ser utilizada para espionaje, manipulación o sabotaje remoto.

En paralelo, la Unión Europea también ha reconocido la urgencia de proteger esta infraestructura. En enero, la Comisión Europea publicó una directiva que clasifica a los cables submarinos como infraestructura crítica, al mismo nivel que las plantas nucleares o las redes eléctricas. Bruselas insta a los Estados miembros a aumentar la vigilancia marítima, mejorar la resiliencia mediante rutas redundantes y establecer protocolos de cooperación con actores privados, que son, en muchos casos, los verdaderos propietarios de los cables. Porque ese es otro dato clave: más del 80% de los cables submarinos pertenecen a empresas privadas, entre ellas gigantes tecnológicos como Google, Meta, Amazon y Microsoft. La dependencia de intereses comerciales en una cuestión tan estratégica como las comunicaciones globales plantea dilemas complejos sobre soberanía, responsabilidad y seguridad.

     

     

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